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La explotación de las minas fue transitoria, pues las vetas eran pobres, pero propició en cambio la población de sitios como Villa Aldama y Sabinas. El Obispado sito en Linares se erigió en 1777 y fue trasladado a Monterrey en 1791.
José Mariano Jiménez, caudillo insurgente, entró a Monterrey en 1811 y el gobernador Manuel de Santa María lo apoyó con hombres y armamento hasta que ambos fueron aprehendidos en Baján y fusilados en Chihuahua, junto con Hidalgo y otros libertadores.
Un clima extremoso, un terreno abrupto y la escasez de agua recibieron a los insurgentes. Hombres, mujeres y niños se acogieron al comal, a los tamales, quesadillas, frijoles y chile. Los tiempos eran duros. El ganado que se encontraba era sacrificado para alimentar muchas bocas. Y si quedaba, había que hacerlo durar; el pueblo en marcha se las ingeniaba para su conservación. Tal vez fue por ello que la sangre se hizo moronga, la carne se saló, se secó , se machacó y se deshebró.
La acción guerrillera independiente siguió su curso con los hermanos José y Martín Herrera, el lego Juan de Villerías y varios eclesiásticos y seminaristas. En 1821 el comandante Gaspar López se adhirió al Plan de Iguala y juró la Independencia. En el año de 1824, el Congreso General Constituyente proclamó la creación del Estado de Nuevo León y, en 1825, instaló la legislatura local.
Loa años siguientes fueron como el resto de la nación, de serias turbulencias políticas internas y amenazas del exterior. La región norte se vio afectada en particular por las constantes incursiones de los indios, la guerra de Texas y su separación de México; la intervención norteamericana de 1846 a 1848 y la Revolución de Ayutla contra Sana Anna.
Durante la intervención francesa y el imperio de Maximiliano, Juárez se refugió en Saltillo y Monterrey, pero de esta ciudad tuvo que salir ante la actitud hostil del gobernador y cacique Vidarurri. Finalmente encontró apoyo en Chihuahua y Paso del Norte4, actual Ciudad Juárez. Salvo esa zona, el norte quedó en manos de los franceses hasta 1866, cuando Mariano Escobedo reorganizó al ejército liberal de norte y obtuvo importantes victorias contra franceses e imperialistas.
Al triunfar la República en 1867, los militares que habían luchado en contra de la intervención quedaron en manos del poder estatal. Posteriormente, ya en pleno porfiriato, el presidente Díaz, nombró gobernador del estado al general Bernardo Reyes, quien dominó la política neoloenesa y del norte del país por más de 20 años.
El progreso material de Nuevo León durante los últimos años del siglo XIX y principios del XX fue importante. En 1887 empezó a correr el ferrocarril que conectó a Monterrey con la capital de la república y en 1890 con Torreón y Piedras Negras, ya en la frontera con los Estados Unidos de Norteamérica. Con las comunicaciones se impulsó la industria locas y se estableció la conexión con Europa al través de Tampico.
Si es verdad que la paz profiriana fue una paz impuesta con mano dura, es verdad también que rindió tributos en más de un sentido. En el campo gastronómico por ejemplo, acrecentó la influencia benéfica, la que venía de Francia. de tal maridaje nacieron carnes y aves al vino, con champiñones, en paste; salsas y souffles; pero sobre todo los postres; leche francesa, garay, fricassé y recién llegado helado. |
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El periodo porfirista provocó al cabo, la inconformidad popular, por lo que el movimiento maderista gozó de popularidad inmediata. El resultado fue que se libraron batallas constantes en Nuevo León, hasta abril de 1914, en que Monterrey fue tomada por las fuerzas de Pablo González.
Al finalizar el período armado de la Revolución, la entidad entró de lleno al desarrollo del siglo XX, gracias al impulso público y privado que retomó su tradición industrial, su capacidad de ahorro y su encomiable voluntad de trabajo. Las industrias del hierro, vidrio, cerveza, petroquímica y las empresas maquiladoras son actualmente, en amplia medida, la base del poderío económico y comercial del estado, aunque a tal pujanza contribuyen definitivamente todos los sectores.
Monterrey es, en la hora presente, una de las tres ciudades más importantes del país. totalmente cosmopolita, sin perder el gusto por la llaneza norteña. Desde el Obispado puede contemplarse, en un día despejado, toda la ciudad protegida por el Cerro de la Silla y observarse su industrioso vaivén.
En cada uno de los restaurantes, fondas, salones de té o comederos, como sus habitantes los designan, puede darse siempre y claro está, con tortillas de harina, un festín que conjuga los platillos internacionales con los guisos neoloneses, desde los tamales del tamaño del dedo pulgar, el clásico antojito, hasta las agujas, el panzate o el tradicional cabrito estilo nuevo León, manjar que en ningún otro lado se iguala, seguramente a causa, no sólo de la sabiduría de quienes lo cocinan, sino del fuerte orgullo estatal con el que se prepara y sirve. A ello dedicó poema el impar Alfonso, hijo Bernardo Reyes, y entre otros versos pudo afirmar con bonhomía y satisfación:
Después del copetín, el caldo caliente
y arroz y barbacoa y guacamole
y frutas y cafe y -¡ole con ole!-
licores y coñaques y aguardiente.
En verdad, buen sitio es Nuevo León para un comelitón. En banquete singular podrían reunirse los huevos con concha, el principio o arroz con el tradicional carnero, la gallina en frío con sus acompañamientos de turcos o empanadillas de carne seca, la espléndida e imperecedera machaca, para concluir luego, al cabo de ir y venir de muchas fuentes y servicios, con el queso de leche retorcida, magnífico en su elemental pureza, amén de las glorias de leche quemada y nuez o los viejitos de piloncillo y cacahuates o avellana. ¡Salud!
CONACULTA (ed.) 2011. La Cocina Mexicana en el Estado de Nuevo León. CONACULTA/Océano, México. pp. 11-13. |
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